«Me pinto a mí misma, porque soy a quien mejor conozco», dijo alguna vez Frida Kahlo, una de las figuras mexicanas más importantes del siglo XX.
Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón nació el 6 de julio de 1907 en Coyoacán, México el mismo lugar que la vio morir en 1954. Una mujer marcada por el dolor y la esperanza. Mantuvo un romance tan pasional como tormentoso con el también pintor mexicano Diego Rivera y la huella de un carácter rebelde que rompió con los convencionalismos.
Estos episodios fueron reflejados de diversas maneras en sus obras, la mayoría autorretratos y, más que eso, era la manera cómo ella se percibía. Su pintura es la expresión poética de su vida.
«Viva la vida» está marcada por la presencia del dolor. De pequeña, Kahlo contrajo poliomielitis y a los 18 años su vida dio un vuelco cuando el autobús en el que viajaba chocó con un tranvía. En el accidente se fracturó la espina dorsal y varios huesos, lo que le hizo permanecer en cama durante meses; por puro aburrimiento, según decía, comenzó a pintar, con lo que dejó de lado su idea de estudiar medicina.
El mito sobre Frida Kahlo es claro: la pintura dice su vida, cuenta sus circunstancias, nos habla del accidente, de las secuelas, del dolor que le causan las aventuras de Diego con su hermana, del amor que tiene por ese hombre tan ligado a otra leyenda.
Frida se convirtió en un ícono que volvió imposible separar a la mujer del mito. Un mito de revaloración feminista que pronto se convirtió, también, en un mito de orgullo nacional y de exotismo cultural.
Falleció el 13 de julio de 1954 en la Casa Azul de Coyacán que la vio nacer. Sus restos fueron velados en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.